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En pleno 2025, seguimos avanzando en eficiencia energética, domótica y sostenibilidad en la construcción de viviendas. Se celebran las etiquetas A+, las instalaciones solares, las bombas de calor, los materiales ecológicos, certificaciones Passivhaus… . Pero hay una pregunta que todavía no se hace nadie en las fases de diseño, obra y venta:
¿Por qué seguimos construyendo viviendas vulnerables?, donde está la seguridad residencial.
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ToggleLa industria de la construcción ha abrazado con entusiasmo la eficiencia energética. Es un reclamo de marketing, una exigencia regulatoria y un argumento de venta poderoso. Pero la seguridad física de la vivienda sigue ausente del debate.
La mayoría de las promociones actuales no contemplan criterios técnicos de protección frente al robo. Se entrega la vivienda con lo justo: una puerta básica, un bombillo estándar y una instalación que responde más a la estética que a la resistencia ante un ataque.
El resultado es el mismo de siempre: una familia entra a vivir en su nuevo hogar con la sensación de estar protegida… hasta que alguien la desmiente con hechos.
Aunque suene paradójico, muchas de las viviendas entregadas en los últimos cinco años son más vulnerables que otras de hace décadas. ¿La razón? Se prioriza el diseño, el confort y la tecnología superficial, pero se descuida la estructura defensiva del hogar.
Hoy en día, un ladrón medianamente preparado puede abrir muchas de estas puertas de obra en segundos. No hablamos de robos violentos o ataques sofisticados. Hablamos de técnicas como el Bumping, la Magic Key, el Impresioning, la Topolino, la Extracción de bombillo, o directamente el apalancamiento de una hoja mal anclada.
Métodos silenciosos y eficaces que aprovechan la debilidad de los sistemas básicos de cierre.
Y lo más preocupante: estas vulnerabilidades se podrían haber evitado desde el diseño o en la fase de construcción.
Los promotores no informan, los compradores no preguntan y la administración no exige. Es la tormenta perfecta.
¿Te suena esta frase?: «Es una vivienda nueva, ¿Qué problema va a tener en seguridad?»
Ese es el gran error. La novedad no implica protección. Y lo que debería ser un espacio de confort, descanso y seguridad para una familia, en realidad puede convertirse en una trampa sin defensa ante una intrusión.
Lo más llamativo es que la tecnología y los conocimientos para proteger una vivienda ya existen, y están al alcance de cualquier promotor, arquitecto o propietario. Desde puertas de seguridad certificadas, hasta bombillos con escudos anti-extracción, sensores de detección anticipada, persianas autoblocantes y asesoramiento técnico personalizado.
También existen metodologías reconocidas, como Genoma del Robo, que permiten evaluar y certificar el nivel de resistencia de una vivienda frente al delito. Un enfoque profesional, basado en evidencias, que puede integrarse desde el proyecto o aplicarse en viviendas ya construidas.
Pero nada de esto es obligatorio. Todo queda en manos de la voluntad del promotor… o del miedo del propietario tras sufrir un robo.
Muchos se preguntan cuánto cuesta proteger bien una vivienda. Yo lanzo otra pregunta:
¿Cuánto cuesta no hacerlo?
La seguridad no es una cuestión estética ni tecnológica. Es una necesidad humana básica. Y en 2025 ya no tiene sentido que dependa del azar o de decisiones improvisadas tras el susto.
Como profesionales acreditados en seguridad residencial, pedimos un cambio urgente:
Una vivienda sostenible no solo debe ahorrar energía. Debe ser eficiente, confortable… y proteger a quienes viven en ella.
La seguridad residencial debe dejar de ser un lujo, un extra, un «ya lo pondremos después». Debe ser una prioridad desde el primer plano del arquitecto.
En 2025, no podemos seguir construyendo hogares bonitos pero frágiles. Porque si el diseño vende, la protección es la que realmente cuida de las familias.
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